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Un beso

Aquel beso fue un extraordinario y perturbador obsequio de la vida, aunque suene cursi, no puedo verlo de otra forma; llegó en el mejor momento. Y lo digo no sólo por la adversa reacción que, esa noche, al escuchar mis cuentos sobre erotismo infantil, tuvieron algunos clientes del café donde los leí, sino porque yo misma atribulada por sus impresiones subterráneas, me sentí cual malvada bruja de los tradicioneles cuentos. Sin embargo– como si la juguetona vida, luego de divertirse un poca a mis costillas, hubiera querido congraciarse (pero hija, por qué te afliges tanto, si no andas tan errada; mira, ahí te va eso)– cuando salía del lugar, apareció un chiquillo detrás mío y, poniéndome un dedito en el hombro, dijo: "Oiga, disculpe, ¿podría darle un beso?. Temblé como gota de agua a punto de caer por el filo de una mesa, ante la petición. Acaso no dejaba yo una conflagración moral a mis espaldas; entonces, ¿qué hacía esta criatura pidíéndome semejante cosa?. –Y tú, ¿de dónde sales?