IX.

Petalos quemados,
viejo aroma que vuelve de repente,
un rostro amado, solo, entre sombras,
algún cadáver de uno levantándose
del polvo, de alguna abandonada soledad
que estaba aquí en nosotros:
esta tarde tan triste, tan triste, tan triste.

Si te sacas los ojos y los lavas
en el agua purísima del llanto,
¿por qué no el corazón
ponerlo al aire, al sol, un rato?

Jaime Sabines

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