VIII.

Esta mañana imaginé mi muerte:
despeñado en el coche o de un balazo.
Me tuve lástima. Lloré por mi cadáver un buen rato.
Hablé, luego, de vacas, del gobierno,
de lo cara que cuesta ahora la vida,
y me sentí mejor, un poco bueno.
Iba a decirte que estoy realmente enfermo.
Como sin piel, herido por el aire,
herido por el sol, las palabras, los sueños.
Se me ha trepado en la nuca un cabrón diablo
y no me deja quieto.
Ulcerado, podrido, hay que vivir
a rastras, a gatas, apenas, como puedo.

Jaime Sabines

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