Llama
Al salir de la habitación lo ultimo que vi fueron sus ojos, llenos de fuego, despidiendo llamas, cerro la puerta cuidadosamente poco después de apagar las luces, ella quería estar a oscuras, pero yo le suplique que las dejara encendidas, tal vez suponía que quería verle a detalle el cuerpo (y esto era cierto en parte) pero la razón era que no quería perderme de sus ojos encendidos por las llamas.
No era ciertamente la primer vez que me enamoraba, poco antes de Irene todos mis pensamientos eran para Erika una niña de mi mismo grado, había ingresado a medio curso, de piel blanca y el pelo más negro, muy delgada, siempre con la mirada helada y fija, cuando te miraba era como si de sus ojos salieran dardos de hielo, se podía palpar esa mirada, una tarde a mitad del recreo, sentado en una jardinera con el Nacho, que hablaba con entusiasmo de la ultima película de acción de la cartelera, de pronto en el centro del patio la vi, ella al instante volteo a verme y sentí un escalofrió a lo largo de mi espalda, con completa indiferencia se volteo alejándose entre gritos y corretizas.
Ese día de regreso a casa acompañado de mi hermana mayor cometí una de mis más grandes estupideces, sin advertir como dije en voz alta que estaba enamorado, mi hermana soltó instantáneamente una carcajada que me lleno de cólera, no abrí la boca por el resto del trayecto. Mi hermana astuta y siempre en busca de chismes y de la mejor forma de cometer enredos, se las arreglo esa noche para conseguir toda la información posible, —Se llama Erika Campos, vive con su hermano mayor y su mamá es viuda, vienen de Guadalajara — instantes después le llamaba y le contó con la mayor naturalidad del mundo, después de unos preámbulos, riéndose, que yo, su hermano chico, —¿sabes?, se ha enamorado hasta los pies de ti—
«¡Mensa, Imbécil!» —Le grite a mi hermana con todo el aire de mis pulmones— y salí corriendo para mi habitación cerrando con el portazo más fuerte que jamás había dado. El siguiente sábado supe que la tal Erika Campos estaba de visita en casa, Me quede con la boca abierta, con el corazón brincandome y las piernas como de atole, mi hermana se las había arreglado para entablar amistad y ponerla cerca de mi, no sabia que hacer, ellas estaban en la sala, haciendo gala de mis mejores dotes de actor me acerque de la forma más indiferente.
—Hola—dije.
—Hola— dijo ella, con la voz más neutra y natural, como si fuera ella la que viviera ahí
Me parecio estar una eternidad, pero solo había pasado unos minutos, y en ese corto tiempo no pararon de hablar, nadie estaba a salvo de sus lenguas filosas, empezaron hablando de los profesores, de las amigas y de todos en el colegio, en una breve pausa mientras mi hermana regresaba de la cocina con un par de refrescos y como si apenas me notara, dijo con voz natural y mirada llena de maldad, —El es mi "hermanito", el que te conté que esta perdidamente enamorado de ti— Mi cara enrojeció y no atine a decir nada, solo salí corriendo de ahí. Pero eso no fue todo, poco después todos en el colegio sabían de aquel incidente, sumado a los detalles inventados por mi hermana. Yo solo imagine tormentos sádicos y una muerte violenta para mi hermana.
Poco después mi mamá recibió una llamada, era uno de mis tíos, le decían que su mamá, mi abuela, estaba gravemente enferma, en instantes mi mamá ya tenia organizado su viaje a su pueblo para cuidar de mi abuela, al siguiente día llegaba a casa Irene, quien se haría caso de nosotros en ausencia de mamá, quien no paraba de subir y bajar por toda la casa cuidando de todo detalle, mi padre con su indiferencia característica, permanecía en su sillón leyendo los diarios. Irene de veintitantos años recién llegaba de un pueblo perdido en el bajío, venia recomendada por unos parientes lejanos de una de las amigas de mamá, su piel era blanca pero se encontraba oscurecida por las largas jornadas bajo el Sol, era bajita, pero llena de fuerza y vitalidad, su cuerpo era sumamente llamativo (sobretodo para un chico de mi edad) jamás había visto pechos tan grandes y firmes, sus caderas llenas pero sumamente atractivas brazo y piernas fuertes, toda ella olía a frescura, su sudor despedía un olor a fruta como el árbol de limones, pero lo que más me llamo la atención fue su mirada, no había en todo el planeta una mirada como aquella, sus ojos cafés despedían llamas, miraba con atención y alegría, pese a las tareas agotadoras que le dejaba mamá esa mirada no se cansaba jamás.
Con la partida de mamá, solo Irene y yo habitábamos la casa, mi hermana, que ahora era la mejor amiga de Erika, se largaba directo del colegio a su casa y en muchas ocasiones y sobretodo los fines de semana se quedaba a dormir en su casa, mi papá que siempre había llegado tarde de trabajar, ahora extendía un poco más su horario laboral, llegando a casa solo a encerrarse bajo llave y dormir profundamente con Bach por único acompañante, los fines de semana se la pasaba en el club con sus amigos, hablando ruidosamente y golpeando la mesa mientras el licor corría. A mi esta soledad no me molestaba y hasta la agradecía, estaba libre de los regaños de mis padres, y sobretodo libre de mi hermana, ahora podía estar el tiempo que quisiera en la computadora o ver lo que se me antojara en la tele. Y sobretodo me permitía admirar sin cuidado a Irene, que no se si fuera mi imaginación o lo que yo atribuía a costumbres de provincia pero sus ropas ligeras me mostraban más de lo que jamás conocí del cuerpo de mujer alguna, por ejemplo aquel día caluroso en el que mientras Irene tallaba frenéticamente en el lavadero, me acerque para pedirle algo que comer —Claro mi niño— contesto, y al girarse, pude verle por completo a través de la playera empapada, la humedad llegaba hasta su sostén blanco, lo que me distinguir entre la niebla de algodón, un par de pezones oscuros. Un Domingo mientras terminaba mi desayuno en la cocina, Irene detuvo sus tareas de limpieza, esos ojos llameantes se perdieron en la inmensidad del vació, como viendo otro mundo que solo ella conocía, permaneció así por largo tiempo, le mire desde esos ojos hasta los pies, advertí que estaba descalza, no se que pasó, pero la vista de esos pies pequeños desnudos sobre el piso, provoco una serie de reacciones en cadena por todo mi cuerpo, finalizando en una gran erección, tratando de que no se me notara la excitación y la consternación que esta me provocaba, le pregunte si le ocurría algo, con un gran suspiro solo dijo —Hay mi niño, nada me pasa desde hace mucho— no entendí su respuesta, pero no pude decir nada más.
Al poco tiempo empezó a contarme historias por las noches, antes de dormir mi cuarto se llenaba de leyendas, a mi en realidad me fascinaban y siempre le pedía más y más, historias de terror en su mayoría, que relataba con entusiasmo actuando voces y gestos de los protagonistas, de aquel hombre que mato a su esposa y la enterró en el piso de su casa, o la mujer que mato a sus hijos porque así se lo ordenaron voces del más allá, historias de fantasía, de hombres que vendían pasto en la Luna, Científicos que descubrían extraños y fascinantes cálculos matemáticos en escritura egipcia, o aquellas fascinantes historias de gatos enamorados de la Luna, de cuerpos que se consumían en fuego al mínimo sentimiento, muchas de estas historias con pasajes subidos de tono «mis preferidos», donde sus ojos se encendían aun más. Como aquel doctor que desnudaba a las mujeres para examinarles cualquier síntoma, sin que importara que acudieran por una gripe o dolor de panza, y que un día, como castigo amaneció muerto y desnudo en medio de la plaza, donde todos le podían ver, sin ojos y sin una gota de sangre en el cuerpo, nunca pudieron encontrar la razón o el culpable de su terrible muerte.
—Buenas noches— dijo Irene.
—No te vayas— suplique —Quédate un poco más—
—Es tarde—dijo—
Le pedí que me contara más, ¿qué les hacia ese doctor a las mujeres? —Nos tocaba los pechos—dijo Irene—Nos metía la mano entre las piernas, sus ojos me miraron como en espera de la reacción del cambio de «ellas» al «nosotras», nos quedamos en silencio, Entonces miré a través de los botones estirados de su blusa, entre los huecos de la tela, y noté que debajo no había nada.
—¿Qué mira?—
Trague saliva, el corazón casi se me sale por la boca, le mire un instante con cara de trastorno e inmediatamente miré el techo un punto fijo sobre mi. Inconscientemente me estire y mi pie toco su muslo, lo retire inmediatamente. Irene sonrió de forma extraña.
—¿Tienes miedo?— preguntó, tuteándome por vez primera.
—No— conteste con voz trémula, —acércate un poco
—¿Qué quieres?— preguntó
—Quiero verte— le dije.
Se sento a mi lado, sin dejar de mirarme con su mirada de fuego, los botones de su blusa se estiraron al máximo, tomando mi mano la puso sobre su pecho.
—Déjame verte—dije con voz baja, apenas un susurro, Irene sonrió, con naturalidad empezó a desabotonarse.
—¿Nunca habías visto a una mujer de cerca?— preguntó
—Nunca— le dije, y era verdad, solo aquellas revistas que circulaban en los baños del colegio, o aquellas imágenes del Internet, pero jamás una mujer viva, llena de calor, de aromas y voz. Irene se puso de pie mostrándome la grandeza de sus pechos, dirigiéndose al interruptor de la luz, le pedí que no la apagara, no quería perderme detalle de su mirada y de su cuerpo, creo que se sintió alagada porque no insistió más en apagar la luz, con gesto felino se despojo de sus pantalones y ropa interior, estaba descalza, «creo que desde aquel día en la cocina se dio cuenta de que sus pies me provocaban una excitación casi automática », quedo así, desnuda por completo, se metió entonces a la cama, acercandoce metió su lengua a mi oreja, revolviendola dentro, tomó entonces mi sexo con la mayor decisión, echando fuera las sabanas que ya se empezaban a llenar de la humedad que mi cuerpo fluía, se monto encima, dueña de la situación, con sus ojos encendidos como nunca, sus pezones oscuros, pechos y vientre blanco. Casi inmediatamente se produjo la erupción, cuya magma en lugar de repartirse por todos lados, se quedó guardada dentro de Irene, en un túnel hondo y bien abrigado. Lanzando un suspiros se inclino para besarme, su lengua busco la mía, con desesperación, como si mi boca fuera el alimento después de varios días de ayuno.
—Te voy a enseñar—dijo—niño travieso.
Mi aparato seguía en completa erección, como si el estallido de fluidos solo acrecentara su firmeza, manoseandome, colocando mis manos sobre sus inmensos pechos, forcejeando «¡Muévete!» ordenó con voz imperativa, pero llena de suplica, revolviéndonos, resoplando «¡Muévete!» dijo chillando, con gesto como de dolor y de enorme placer al mismo tiempo, quería atender su petición pero era ella quien dominaba, nada podía hacer inexperto, solo me abandone al cumulo de sensaciones y fue entonces cuando se desplomo sobre mi, perdí el conocimiento, la vista se me nublo, nuevamente me desborde dentro de ella, y le abrace con todas mis fuerzas.
—Hasta mañana mi niño travieso—dijo con voz dulce y sus ojos llameantes, —tengo otras historias que contarle—.
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Comentarios
Que bella llama de verdad
Gracias
Esta buena la historia.. Saludos =]