Doucement
Viviendo en la ciudad más poblada y con una férrea personal antisocial, me mude a un céntrico y antiguo edificio, justo al ultimo piso, en el medio del ir y venir de miles de personas y automóviles se encuentra la mejor soledad que se pueda encontrar.
Todo marchaba a la perfección hasta que de pronto tuve una gran perdida de clientes y mi economía fue reducida casi hasta la mitad, siempre la tecnología era la primera en ser sacrificada. Debido a esta situación decido subarrendar el departamento, uno de los clientes que aun poseo es justo una oficina de bienes raíces.
Pronto encontraron cliente, quería conocer el departamento, yo como siempre evite el contacto con extraños, dejándole al agente de bienes raíces copia de la llave, sin tener a donde ir, pensé en una estrategia. Cuando adquirí el departamento, los anteriores habitantes dejaron tras de si una gran reserva de basura y mugres diversas, casi todo fue a parar al camión de la basura, pero entre lo poco útil se quedo un gran baúl antiguo, una etiqueta pegada por fuera decía “Manier DOUCEMENT” y no “Fragile” como seria lo esperado. Lo segundo que me llamo la atención y me decidió a conservarlo fue que el letrero estaba en francés, y como romántico empedernido siempre he sentido fascinación por dicha lengua. La estrategia fue quedarme dentro de dicho baúl mientras la persona que arrendara el departamento estuviese ahí.
Luego me informaron que la persona interesada se quedaba con él.
—Me iré —dije—, el jueves a las cuatro de la tarde. Ese entremetido puede llegar a las cuatro y media —le dije al agente dejándole una llave—.
El jueves, a las cuatro me hallé enfrentado con un problema, Cuando uno alquila su propio departamento, encierra sus ropas y pertenencias en un armario reservado para este propósito. Así lo hice, pero antes me quedé desnudo. Tiene uno que arreglar el baúl: yo no tenía nada que poner en él. Me habían despedido del mundo: aquí estaba mi departamento —subarrendado—, allí estaba el mundo. Para cualquier propósito práctico, poca cosa más hay en ninguna parte.
Llegó la hora. Corté el nudo gordiano, crucé el Rubicón, quemé mis naves, abrí mi baúl y SUAVEMENTE me metí dentro. A las cuatro y media llego puntual el entremetido. Con la respiración contenida, atisbé por una rendija. ¡Qué sorpresa! Yo imaginaba un joven sin atractivos personales. Pero resulto ser una muchacha que poseía muchos.Lo examino todo concienzudamente, abrió todos los cajones, husmeo en cada rincón. Salto encima de la amplia cama. Incluso recorrió mi pequeña galería con reproducciones de Monet, Renoir, Cézanne, Degas, Manet, Cassatt, Van Gogh y Gauguin, hojeo algunos de los libros de mi pequeña biblioteca, repitiendo algunos versos de Romeo y Julieta y de Fausto, escucho mi colección de Blues, luego se acerco a mi modesta guarida.
—No quiero abrirte—dijo—. Podría haber alguien en tu interior.
Juzgué que mostraba un finísimo instinto. Tenía una tez divina.
Es muy interesante observar a una muchacha hermosa que se imagina estar sola en un espacioso y antiguo departamento del centro de la ciudad. No sabe nunca lo que hará al instante siguiente. A menudo, cuando yo vivía allí solo, tampoco había sabido lo que haría al instante siguiente. Pero entonces yo estaba solo. Ella también creía estar sola, pero yo sabía la verdad mejor que ella. Aquello me daba una SUAVE sensación de dominio y poder.
Por otra parte, no tardé en amarla locamente. Lo malo del caso es que tenía la ladina sospecha de que ella no me amaba a mí. ¿Cómo podía amarme?
A la noche mientras ella dormía SUAVEMENTE en una actitud muy atractiva, yo me deslizaba fuera de mi escondite, entraba en la cocina y limpiaba la vajilla, sus zapatos y algún pedazo de pollo que encontraba en el refrigerador.
—En este lugar —dijo a una amiga que le visitaba— hay un duendecillo.
—Déjale un poco de vino —dijo la amiga.
Todo marchaba a las mil maravillas. Nada podía ser más delicioso que aquella pasión muda que crecía entre el poeta hastiado del mundo y la hermosa muchacha amante del arte, tan lozana, tan natural, tan inocente, tan totalmente desposeída de vanidad.
Alguna vez, en una calurosa noche, mientras salía de mi escondite y trataba de acercarme para apreciar su desnudez bajo la suave bambula que la cubría en blanca niebla, cuando de pronto se despertó — ¿Quién está ahí? — preguntó, despertando súbitamente.
—El duende— le grite telepáticamente quedándome muy quieto.
Unos días después llegó después de haber estado ausente toda la tarde, acompañada de un hombre, que de inmediato me desagrado, pues presentía malas intenciones en él. Mi instinto no me falla nunca; aun no llevaba aquel hombre media hora en el departamento, cuando ya le dio motivo para que dijera:
—¡Por favor, no!
—Sí —dijo él.
—No —dijo ella.
—Es preciso —dijo él.
—No es preciso —dijo ella.
—Lo quiero —dijo él.
—Yo no —dijo ella.
Si aquel hombre hubiera poseído algún vestigio de sentimientos refinados, habría comprendido que no era posible la felicidad entre dos personas con tal divergencia de opiniones. Pero como quiera que fuese, solo los patanes logran conquistas entre las bellas damas.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunto sarcástico.
—Para que me ayudaras en mis estudios —replico ella.
Desesperándose, aquel hombre le dio tremendo golpe en la sien. Ella cayó muda, inanimada, encogida.
—¡Maldita sea! —exclamo él—. La he matado. Me espera la cárcel… si no escapo.
Me vi obligado a presenciar su finísima lógica. Aquí el testigo inexistente en irrazonable postración del mal poeta ante el hombre de acción, el hombre mundano.
La desnudo rápidamente.
—¡Maldición! —dijo—. ¡Qué lástima que le haya dado tan fuerte!
Se la echó sobre los hombros con una gran facilidad, abarcando sus piernas con una sola mano. Buscando entre la penumbra descubrió mi escondite. Abrió el viejo baúl y la metió dentro sin muchos miramientos. “¡Ahora si estoy en una buena!” —Pensé— Aquí esta ella, mi amada, en ciertas condiciones, sola conmigo, en otras condiciones. Si supiera que está muerta, se alegraría. “Este pensamiento era muy amargo”.
El hombre fue por un taxi. Entro con el chofer, juntos se llevaron el baúl al vehículo que esperaba afuera.
—¡Cómo pesa! —dijo el chofer—. ¿Pues qué lleva aquí?
—Libros —dijo el asesino, con perfecta calma.
—Maneje SUAVEMENTE —le ordenó al chofer— no quiero que se maltraten.
Tomamos el viaducto dirigiéndonos al oriente de la ciudad, pronto estuvimos en el aeropuerto recién renovado.
Una ráfaga de frío nocturno penetró por la rendija. Ella, a quien yo lloraba por muerta. La inhaló y exhaló un suspiro. No tardo en volver totalmente en sí.
—¿Quién es usted? —pregunto alarmada.
—Soy solo un duende —conteste, tanteando el terreno.
—Usted me ha raptado, ¿por qué estamos desnudos? —dijo ella.
—¿Cómo se llama usted? —dije yo.
—Briza —dijo ella.
Así gradualmente, nos acercamos a la delicada cuestión del amor que le profesaba; amor, hasta hace poco, sin esperanza.
Ella dijo:
—Prefiero morir.
Yo dije:
—Hasta cierto punto ha muerto usted ya. Además, yo soy su duendecillo. O tal vez sea todo un sueño y en este caso no irá usted a censurarme por ello. Espero que nos lleve a París.
Es cierto —dijo ella—, he soñado siempre en vivir un romance en París.
—¡La Luna de París —dije yo—. Los puestos de libros de los quais. Los pequeños restaurantes en la ribera izquierda con SUAVE aroma a café.
—¡El cirque Medrano! —exclamó ella.
—¡L’ Opera!
—¡Le Louvre! ¡Le Petit Palais!
—Le Boeuf sur le Toit!
Amor mío —dijo al fin ella— si no estuviera tan oscuro, te enseñaría mis duendecillos, suponiendo que estén conmigo.
Nos hallábamos en un éxtasis absoluto; oímos cuando nuestro captor compraba un pasaje a París. Nos registraron rudamente pero nos reímos juntos de los vaivenes del transporte.
—¡Mon Dieu! ¡Mais c’est lourd! —jadeaba el mozo del hotel—.
¿Qu’est-ce que c’est… dans la malle?
—Des livres —dijo el asesino, con increíble sangre fría.
—“Paradis retrouver”, une édition compète —susurré yo, y fui recompensado con un beso.
Creyendo estar solo con su victima sin vida, el asesino se reía sarcástico.
—¿Cómo te va por ahí? —dijo burlonamente, acercándose al baúl.
Levanto la tapa y metió la cabeza dentro. Mientras él parpadeaba todavía, lo agarramos y cerramos con fuerza la tapa. Golpeándole justo en la nuca, de inmediato perdió el conocimiento.
—¡La guillotine! —dije secamente.
—¡La Défargue! —observó mi adorada, frunciendo las cejas.
—¡Vive la France!
Salimos del baúl y metimos en él al asesino. Yo me puse sus ropas, que me quedaron más grandes pero servían a la ocasión. Con una sabana, el cordón de la cortina ella se convirtió en una fascinadora jovencita árabe. Juntos salimos a la calle.
A la entrada del hotel nos besamos SUAVEMENTE.
¡Noche! ¡Juventud!¡París!... ¡Y la Luna!
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Comentarios
Oiga Sr no tieneun agujerooo?? nos e de repente me evoca chicharos mágicos y pues todo ese francés que sutil que sensual que bonito y esa protagonista que bella y simpatica ehhhhh que bueno que volvio la inspiración huhuhuhuhuhu
Gracias por escribir :) por embellecer
¿Y por qué Paris?
Muy bello relato. Imaginé cosas (que no escribiste)y que me hicieron sonreir.
Ya se te extrañaba.
Saludos