Mab (Romeo y Julieta)

(fragmento)

Mercucio

Veo que os visitó anoche la reina Mab, que es la partera de las hadas. Viene, chiquita y ligera como la piedra de ágata que lleva en el dedo un corcejal, arrastrada por un tronco de diminutos átomos, y recorre la nariz de los hombres cuando duermen. Los rayos de sus ruedas están formados de patas de araña; lo imperial de su carruaje, con alas de grillo, y son sus arneses húmedos rayos de la luna. Sírvele de postillón un mosquito gris, no mayor que un gusano que abultase lo que la punta de una aguja. Es su carro una cáscara de avellana labrada por la ardilla, obrero en madera. En ese carruaje galopa todas las noches por el cerebro de los amantes, y éstos sueñan con amores; galopa por las rodillas de los cortesanos, y éstos con reverencias sueñan; por los labios de las damas, y al punto sueñan con besos; poro a veces irrítase Mab y las castiga con granos por haberse apestado el aliento comiendo golosinas. A veces galopa por la nariz de un cortesano, y éste sueña que está olfateando un cargo por solicitar. Otras viene con el rabo de un gorrino a hacer cosquillas a un clérigo que duerme tranquilo, y muévele a soñar con alcanzar mayo prebenda. Tambien guía su carro por el cuello de un soldado, y le hace soñar con enemigos que él atraviesa, con brechas, emboscadas, aceros toledanos y tragos de cinco codos; redobla luego el tambor en sus oídos, y él se despierta sobresaltado, jura una o dos veces despavorido y luego torna a dormise. Esa misma Mab, trenza de noche las crines y colas de los caballos y las ensortija con grandes nudos que, una vez desenmarañados, auguran grandes desgracias. Es el hada hechicera que pesa en el seno de las doncellas tendidas en el lecho, para enseñarles a sufrir y hacer de ellas mujeres fuertes... Ella es quien...

Romeo

Basta, basta, Mercucio, que con todo eso nada dices...

Mercucio

Tienes razón, pues estoy hablando de sueños, fruto de una imaginación ociosa, producto de vanas quimeras, de substancia tan liviana como el aire y más inconstante que el viento, que, acariciando el helado seno del norte, pronto se enoja y con ráfaga contraria vuelve la faz al mediodia que esparce el rocío.

Benvolio

El viento de que nos hablaís nos lleva muy lejos de nosotros mismos.

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