Virgen de Guadalupe™
La imagen de la Virgen de Guadalupe es, desde junio de 2002, una marca registrada otorgada al ciudadano chino Wu You Lin, que por 2 mil 400 pesos mexicanos obtuvo el monopolio de uso en sus productos por diez años, con derecho a licenciarlo a terceros y opción a renovación. Una verdadera ganga, considerando que, según informó Rodrigo Vera en Proceso (9/2/2003), la Basílica de Guadalupe hizo un contrato cediendo el uso exclusivo de la imagen guadalupana en marzo del mismo año a la empresa transnacional Viotran por 12.5 millones de dólares, válido por cinco años. Claro, que en ese paquete también se incluyó a San Juan Diego y se le garantizó a la empresa la “bendición especial” del rector de la Basílica, Diego Monroy -firmante del contrato-, o de Norberto Rivera, arzobispo primado de México.
Según aclaró el director general del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI), “no había sustento jurídico” para negarle el registro de la marca al comerciante Wu You Lin. Más allá de que varios juristas mexicanos discuten esta afirmación, es interesante que el IMPI y las autoridades de la Basílica de Guadalupe parecen manejar un concepto más laxo de la moral que la propia Organización Mundial de Comercio (OMC). En ella, en el Acuerdo sobre Derechos de Propiedad Intelectual relacionadas al Comercio, el artículo 27 (2) dice: “Los miembros podrán excluir de la patentabilidad las invenciones cuya explotación comercial en su territorio deba impedirse necesariamente para proteger el orden público o la moralidad”. Pero pareciera que ni para el IMPI ni para las autoridades de la Basílica de Guadalupe la venta del uso comercial exclusivo de la Virgen de Guadalupe está relacionado con ninguna de esas categorías.
Según encuestas, hay en México muchos más guadalupanos que los que profesan la religión cristiana. No es extraño, ya que la Virgen de Guadalupe es uno de los sincretismos religiosos indígenas más extendidos. La mayoría de las culturas indias mexicanas asocia o reúne en la misma figura a esta virgen con la madre tierra, Tonantzin, y otras.
Joan Martínez Alier, conocido economista catalán -referente obligado en temas de economía ecológica-, participó en septiembre de 2000 en el seminario Biopiratería o bioprospección, derechos indígenas y campesinos, realizado en México. En esa ocasión decía: “no es cuestión de traducir la cultura a dinero. La gente pobre del mundo sabe esto muy bien, y en su lucha ha tenido que aprender muchos lenguajes: español, inglés y ahora el lenguaje de la economía y el lenguaje jurídico de la Constitución, para intentar resguardar sus derechos indígenas. Además, según la cosmología propia de estas culturas, la tierra y el subsuelo son sagrados. Es como la Virgen de Guadalupe: si algo es sagrado no se puede alquilar ni vender a Japón, por ejemplo; sería un insulto decir a qué precio se vende la Virgen de Guadalupe o la Bandera nacional. Quizá, si se reconocieran las cosas consideradas sagradas en el mundo, sería una manera de combatir la globalización del mercado. Hay cosas que sencillamente no se pueden vender. El punto central es repensar la inconmensurabilidad de los valores. No son equiparables los valores económicos con los ecológicos, o con los de la cultura de la gente o los valores sociales. Así es como encaja la economía ecológica con la defensa del ecologismo popular: la gente campesina e indígena que no se dice ecologista, que no quiere ni usar esa palabra pero que en el fondo son los verdaderos ecologistas, combaten para mantener los recursos naturales a disposición de la gente”.
A contrapelo de todos ellos, la globalización del mercado y sus acólitos avanzan bárbaramente, y el ejemplo que en ese momento causó estupor en el público ahora es una realidad, al igual que la privatización creciente del agua, los bosques, la biodiversidad, los recursos genéticos e inclusive los conocimientos indígenas. Todos los sistemas de propiedad intelectual son una forma de privatización, de despojo del patrimonio público.
Es parte de la misma esencia vender a la Virgen de Guadalupe, patentar plantas medicinales y semillas o convertir el cuidado de los bosques y los suelos en una mercancía que con el mal usado nombre de “servicios ambientales” también puede ser comerciada. La OMC lo tiene claro y por eso ha ido incluyendo todos estos temas en su agenda, en la tarea de redactar la nueva constitución del mundo mediante sus regulaciones. Obedientes, los gobiernos e instituciones nacionales se encargan de ir aún más lejos de lo que se les dicta.
Pero nada de esto son mercancías. Son parte de las culturas y eso es lo que hay que defender en su integralidad: los derechos de los pueblos a sus formas diversas de vida y de entender la religiosidad, así como el derecho a los recursos que cuidaron y desarrollaron por milenios.
Quizá el ejemplo tan brutal que para la vasta mayoría de los mexicanos significa hacer una marca registrada de la Virgen de Guadalupe sea la gota que desborde el vaso, o pronto tendremos que pagar desde el agua de ese vaso hasta el aire que respiramos, y sólo podrán vivir los que puedan comprarse ese derecho.
Origen e historia del mito guadalupano
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