Igual y en la noche comienzo a comer pera

-igual y en la noche comienzo a comer pera- dijo muy seriamente el abuelo en un rincón de la mesa mientras toda la familia desayunaba, por un instante se guardo silencio, como si de pronto después de tanto tiempo alguien le hubiese prestado atención, solo su nieta que se apresuraba a comer una barra de cereal antes de salir a la secundaria hizo un gesto como diciendo "el abuelo esta cada vez más loco". Minutos después su hija lo apresuraba para que se quitara de la mesa y ella pudiera limpiar antes de partir a toda prisa a realizar las compras del día, el abuelo le dijo –yo limpio mijita, ve tu a tus quehaceres- ¡no qué! A ver papá ve a ver la tele que tengo muchas cosas que hacer, anda, siéntate en tu sillón y déjame a mi- el anciano quiso protestar, decir que él podía hacerlo, pero con un suspiro se resigno, solo le dijo a su hija -si vas al mercado me trais unas peritas por favor-si papá-contesto sin mucha atención la hija. El resto del día trascurrió con la misma rutina de siempre, entraban y salían personas de aquel departamento, el abuelo sentado en su sillón con su viejo radio al oído, como si él fuera un mueble más de aquel hogar. Solo cuando la comida estuvo lista vino el pequeño nieto a decirle –abuelito, dice mi mamá que te vengas a comer- con una sonrisa el anciano asintió, con un poco de esfuerzo se puso de pie y tomo su lugar en la mesa, como era costumbre cada quien comía si mucho reparo en los demás, el papá hablando y a veces gritando al celular, la mamá y la hija mayor hablando de chismes y del embarazo de esta última, discusión que termino en llanto cuando la mamá le exigió una vez más que le dijera quién era el padre de la criatura, y que haría con la universidad, la de en medio con los audífonos y el iPod a todo volumen mientras le daba vueltas y vueltas a la comida, el pequeño comía tranquilamente mientras veía las caricaturas. El abuelo solo veía a todos con una profunda tristeza, en silencio, sabía que podían pasar meses sin que dijera nada y ninguno de los presentes se daría cuenta de aquello, se había resignado a esa situación hace tanto tiempo que ya no lo recordaba. Cuando todos terminaron de comer y después de que la mamá al fin pudo consolar a la hija embarazada y regresaba a recoger la mesa, el abuelo ya había levantado todo y lavado los trastos, la señora a medio llorar le dijo al anciano –gracias papá, no te hubieras molestado, a ver si no te duelen tus manos por haber agarrado el agua, me hubieras dejado los trastes- no te preocupes mijita, ¿me trajistes lo que te encargue?- ¿qué cosa papá?-las peras, hija, una perita del mercado- huy no, se me olvido, mañana te las traigo papá, perdona, con las prisas y lo de la chamaca esta, todo se me olvida- en la noche, al preparar el sofá-cama que era su lugar asignado en aquel pequeño departamento, el abuelo recordó a aquella mujer, su más grande amor, la recordaba noche a noche, desde hace más de 50 años, la conoció en la escuela, fueron los más grandes amigos, a él siempre le gusto ella, pero ella no parecía tener el mismo interés en él, estuvo ahí cuando ella tuvo su primer novio, estuvo ahí en la primera decepción de aquel novio, las primeras lagrimas de amor por ella derramadas, -no llores pequeño arcoíris, ese tonto no te merece- trato de consolarle, otros novios llegaron y se fueron, pero él nunca tuvo el valor de confesarle su amor, la acompaño siempre y cuidaba de ella por las tardes de largas esperas, hasta que una noche a solo unos días de que saliesen del colegio, mientras cenaban a motivo de celebración-despedida, el por fin reunió el valor suficiente para decirle el inmenso amor que sentía por ella, sorprendida, ella le contesto que también se había enamorado de él, que no supo cuando ni como, pero que lo quería, un tímido y breve beso ocurrió a continuación, el único que llegaron a darse, al despedirse aquella noche ella le pidió que la olvidará, que ambos sabían que pronto tomarían caminos diferentes y que nunca más se volverían a ver, que por favor no lo hiciera de nuevo. Los preparativos del viaje de ella impidieron otra reunión, ni para tomar un café, el adiós fue más bien lejano, como con miedo, el sintió que ella le huía, ella en verdad ni pensaba en él, solo en el viaje que le aguardaba, sería un largo viaje, quiso iniciarlo en la mañana, pero solo había por la tarde, él ya no pudo acompañarla. Un par de cartas con temas triviales se intercambiaron después, al poco tiempo ella lo olvidaba por completo, él nunca pudo hacerlo, ni cuando conoció a la que sería su esposa, ni el día de su boda, ni cuando nacieron sus hijos, ni el día que enviudaba, nunca olvido a su "Arcoíris". Y pronunciado ese apodo, con esos colores en los labios de un único beso de amor, se quedo dormido. Al siguiente día después de la comida y de la nueva discusión sobre el embarazo de la nieta, y las correspondientes lagrimas de madre e hija, espero el anciano el termino de aquello para preguntar por sus peras, la mujer se las dio en silencio y se retiro a su recamara, el abuelo tomo la mejor de las peras, la escogió con cuidado, palpándola, oliéndola. Ese olor tan fresco que le recordaba un Arcoíris, el más bello que pudo existir. En la noche recordó una vez más aquel amor, aquella mujer que había invadido sus sueños por casi toda su vida, aquella mujer que amaba más que a su propia vida, con estos recuerdos inyecto veneno en aquella pera, la mordió con placer, no la había comido desde esa última noche que la vio, nunca quiso comerla, nadie se percato de aquello, ni su esposa, su hija tampoco se extraño cuando le pidió peras cuando jamás lo había visto comerlas. La mordió de nuevo y los recuerdos se hacían más vividos, una mordida más y sentía como venia ella, en la eterna juventud de sus recuerdos y lo tomaba de la mano invitándolo a bailar, él al contacto volvía a su juventud, y así bailando se quedo dormido, lo que quedaba de la pera cayó al suelo, su otra mano se aferraba a una pequeña caja de madera. Al siguiente día después de las 12:00 su hija se dio cuenta de lo sucedido, no había nadie más en ese momento, todos pensaban que el abuelo solo dormía, que estaba cansado o le dolían los huesos por haber lavado los trastos, dentro de la cajita encontraron una foto viejísima donde aparecía el abuelo y una joven alta y hermosa que lo tomaba del brazo, debajo de un árbol de peras.


¿Más frutas?

Comentarios

Victoria Alonso dijo…
HOla:
me gustómucho esto que escribiuste.
La narración de locotidiano, del no hacernos casoes muy buena ¡te felicito! (me pareció que veía yo a los involucrados....)
El fina, previsible y bueno.
Saludos, Alonso

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